El debate sobre el legado de Benedicto XVI dará para largo, pero, sin duda, quedará como su sello la hondura de sus reflexiones y su audaz lucidez para abordar en los albores de un nuevo milenio los graves problemas morales y culturales de nuestro tiempo. Su portentosa encíclica "Caridad en la Verdad" abrocha de manera notable la larga tradición doctrinaria del magisterio social de la Iglesia. Para Benedicto XVI el camino del desarrollo se recorre con "todo nuestro corazón y con toda nuestra inteligencia", es decir, con la sabiduría de la verdad, pero también con el ardor de la caridad. La falta de caridad es, quizás, el principal ausente de una humanidad con vocación de progreso, pero que queda sin aliento al desplegar sus fuerzas para "tener" y no se abre a relaciones recíprocas de libertad y solidaridad. La vocación hacia una mejor vida impulsa a los hombres a "hacer, conocer y tener más para ser más", nos dice el Papa emérito, pero ser más es "buscar la promoción de todos los hombres y de todo el hombre". Por ello es que el desarrollo "como vocación comporta que su centro sea la caridad", porque es la solidaridad entre las personas y la fraternidad entre los pueblos lo que garantiza un desarrollo auténtico y efectivo. En la época de la globalización, la actividad económica no puede prescindir de la gratuidad que fomenta y extiende la solidaridad y la responsabilidad por la justicia y el bien común; se trata de una forma concreta de democracia económica. Desliza incluso una afirmación temeraria al decir que "sin la gratuidad no se alcanza siquiera la justicia".
En la misa diaria los sacerdotes católicos invocan a Jesucristo para que lleve a la Iglesia a su "perfección por la caridad" como el verdadero camino de santidad. Los dolorosos episodios vividos en los últimos años al interior de la propia Iglesia son sintomáticos de una urgente renovación para recuperar el mensaje salvífico del Evangelio y poner a la caridad como la única guía donde la verdad resplandece. Benedicto XVI fue un profeta sincero y gentil que luchó con denodados esfuerzos por denunciar los males de una sociedad sin brújula y por una Iglesia que merece respirar nuevos aires para ser de veras escuela de humanidad. Pero quedó solo y abatido, y su abdicación es un acto valeroso y humilde.